Le tenía ganas a esta ruta, dura pero preciosa. En modo autosuficiente, es decir, tienda, cocina, saco y demás, pero abierto a comer en restaurantes si los hubiere. La idea era de muchos más kilómetros y durante cinco días de Semana Santa, pero no pudo ser, por lo que la acorté mucho, dejando lo básico y fueron solo dos días y medio de puente. Y menos mal, porque acabé molido
Para el primer día dejé todo lo peor, sabiendo que estaría más fresco. Digamos que fue una especie de ciclosenderismo o cicloalpinismo donde sabía que muchos tramos serían de «empuje-bike», e incluso de «eleva-bike», alguno de más de una hora. Los otros dos días fueron ciclismo de montaña, a veces duro, pero casi todo el tiempo vas montado, aunque en ocasiones a cinco kilómetros por hora al ir cargado por esas rampas.
DÍA UNO
Aparco en Tamajón ya tarde, compro pan y me hago un bocata porque ya es media mañana y hay hambre. Engancho alforjas y tienda en la bici. Una rápida revisión demuestra que se ha volcado una petaquita mal cerrada de whisky irlandés que llevaba en una alforja sobre el forro polar. Estupendo, voy a oler a mendigo alcohólico. Menos mal que no vengo a hacer amigos. Dejo el forro en el transportín para orearlo un poco y que seque -y la petaca vacía en el coche, una pena- y empezamos.
Después de apreciar y pasear por la ciudad encantada (como la de Cuenca),
cojo un GR con algún tramo inciclable hacia Campillejo, que pronto cambio por la carretera. Luego veo que el sendero se ha convertido en pista con dos rodadas claras al fondo del valle y me arrepiento, pero son pocos kilómetros y la carretera está vacía y es preciosa. Se pasa por una falla geológica desde la zona caliza de Tamajón a la de pizarra que ya no abandonaré. La idea original era dar un rodeo enorme pasando por el enebral del norte de Tamajón, visita a Almiruete y vuelta a Campillejo, pero ya lo conozco y ahora tengo poco tiempo.
Mmm, ¿por dónde narices va el sendero?
Me salgo del GR y tomo la carretera. A la derecha se ve el Ocejón. Me entra un escalofrío. Voy a pasar justo a su lado dentro de unas horas.
Desde Campillejo, el primer pueblo de arquitectura negra, una buena pista hacia Majaelrayo, lo llaman GR variante o algo así. Va entre pinares, y es curioso que hay muchos con parte de la corteza arrancada, siempre en el lado sur. Al principio pensé que eran producto de rascadas de jabalí, pero al ver más supuse que eran para extraer resina.
Pero antes de llegar a Majaelrayo hay que coger el desvío al Ocejón
La subida se puede hacer montado (y cargado) unos dos tercios del camino. Forcé un poco por animal y acabé con los muslos y pantorrillas acalambrados y las rodillas doloridas el resto del día, pero el camino y las vistas valen la pena. Lo peor es que el invierno se acaba de ir de estas tierras y los robles apenas tienen brotes, el paisaje es invernal todavía en mayo.
Majaelrayo desde la peña Bernardo. Se puede ver la pista blanca que viene de Cantalojas, por donde vendré yo pasado mañana. Hay dos pistas porque un poco más al norte se bifurca y se vuelve a juntar en el pueblo.
Primera gayuba. La nieve acaba de irse dejando un manto verde. No es hierba, la llaman también uva de oso y crece solo en las alturas. Se mantiene verde todo el año, incluso debajo de la nieve
En la pradera de la madita me echo un merecido descanso tumbado en la gayuba al sol. A partir de ahí ni intento subirme a la bici, y hay momentos en que ni se puede empujar, hay que ir con ella a pulso. Debería buscar algún tipo de arnés para echármela a la espalda para poder usar las manos en estos casos, jeje. Menos mal que son 500 m. nada más.
No subo al Ocejón, claro, pero paso por el collado de al lado, tengo el pico a menos de un kilómetro y unos 250 m en vertical. Veo unos pocos senderistas que se quedan alucinados y hacen fotos a la bici. Aunque no es para menos, está muy sexy entre esas montañas
Hay un viento espectacular, apenas puedo colocar la bici un momento para la foto antes de que la tire. Y me tengo poner a toda prisa mis perfumadas prendas de abrigo. Encima van a creer que he subido borracho…
Ahora el problema es bajar. Todo lo que no es gayuba son lascas de pizarra que van haciendo “clap clap” al pasar. Hay que tener cuidado porque algunas son muy grandes, los filos son verticales y la rueda no pasa. Si coges cierta velocidad y frenas rápido, las planchas se mueven contigo. La cosa es que me caigo, a poca velocidad pero dolió. La rueda no pasó y caí de lado, como un principiante. Solo se me magulló un poco el brazo. Al ir bajando desaparece la gayuba y hay más vegetación.
Luego empieza a haber piedras muy grandes que dificultan la bajada. A final desarrollo una técnica medio suicida y en tramos muy irregulares voy de pié con todo el peso en el pedal derecho y con la pierna izquierda haciendo la labor de un remo en rafting, apoyándome en los peñascos para salvar saltos y ayudar a los frenos. Contra todo pronóstico iba bastante seguro y mucho más rápido que andando, aunque es cansado. Hay tramos que hay que bajarse, claro.
Luego el terreno es de una pizarra menos “pizarrosa”, más dorada y algo más ciclable. Los pueblos de ese lado de la sierra usan esa piedra y son de arquitectura negra más dorada, increíblemente bonitos.
Paso por los chorros, con mucha agua, cerca ya de Valverde de los arroyos
partir de ahí el camino es casi normal. Llego tarde para comer a Valverde, pero me preparan un maravilloso y enorme bocadillo de lomo con pimientos, que con una cervecita me quita todos los males. No he hecho fotos de Valverde de los arroyos, porque no doy la talla como fotógrafo, pero os recomiendo poner el nombre del pueblo en google y disfrutar de las imágenes.
Sin poder disfrutar mucho Valverde, porque se me echa el tiempo encima, cojo una pista hacia el norte que me lleva al valle del río Sonsáz. Allí me desvió de la pista y bajo al río por un caminillo casi tapado por jaras y tojos. Al principio va más o menos bien la cosa, pero llegando al río me bajo de la bici acojonado después de que un palo me trabe los radios. Además, no se ven las piedras por la vegetación tan alta, el camino se empina y va haciendo zetas y la hostia puede ser gorda.
Encuentro el puente de la Mata, no es un mito, existe. Todo lo que había leído sobre él es de hace varios años y me alegró ver que se mantiene en pie. Parece que todavía baja algún pescador.
Me relajo y tomo un pequeño descanso. La luz del atardecer es perfecta y me siento muy bien. El río que un poco más abajo ruge aquí está en calma absoluta.
Desde allí la cosa empeora, y me cuesta seguir el camino. No solo andar por él, sino saber por dónde va. Unos kilómetros de porteo duro donde tengo que ir abriendo vía, hace años que nadie pasa por aquí. La vegetación me arranca la funda de abajo del cable del cambio trasero y deja bloqueado el delantero, entre otros pequeños inconvenientes, aunque de eso me daré cuenta más tarde. Menos mal que las alforjas son duras (y yo terco). Menos mal también que llevo vaqueros sobre el culotte caro (¡anatema!,¡condenación!, ¡un biker en vaqueros!). Si no fuera por ellos las ramas me hubieran desnudado en minutos. Acabo hasta con los brazos llenos de arañazos. Pero qué vistas, señores.
Llego al final a un lugar con alguna superficie plana para poner la tienda, el pueblo abandonado de Robledo de la Mata. Solo queda algún resto mínimo de casas, se ve dónde había alguna puerta, algún resto de pared. Todas las piedras de las casas se han usado para hacer unos corrales enormes donde suben ganado en verano (suben por otro sitio, claro).
Acampo y me hago una reparadora fideuá deshidratada y al saco, que hace frío. La noche es un poco movida, con visita nocturna de jabalí berreante incluida, y yo pegándole gritos (desde dentro de la tienda, claro) para que se pirara de ahí. Supongo que estaba en celo o algo, porque otras veces me ha pasado y en cuanto oyen el ruido del saco al despertarme salen de estampida. Este se tiró un cuartito de hora dando la vara, subiendo y bajando, “oegrhhh, oeghrrr”. Espero que no fuera yo quien le ponía cachondo… Por la mañana al despertarme veo la garrapata más grande del mundo, la madre de todas las garrapatas, que parecía una viuda negra –la araña, me refiero- andando por encima del mosquitero de la tienda. La verdad es que admiro a los que hacen vivac. En alta montaña o una playa, quizás, o a lo mejor tengo yo cierta suerte, pero yo sin mi tienda no duermo. Sé que me pierdo lo de las estrellas, pero…
DÍA DOS
Me desayuno unas lonchas de panceta a la plancha con pan y un té, y recojo el campamento. Al ponerme en marcha buscando el camino de salida me veo andando por un campo cuajado de setas
Robledo de la Mata desde arriba. Se ven los corrales que han usado todas las piedras del pueblo
Me cuesta un poco encontrar la pista que sale del pueblo, pero la encuentro –creo que debí pasar tres veces por encima sin verla, pese a que en el mapa es igual de ancha que la principal-, solo para dame cuenta entonces de que los cambios no funcionan. Claro, desde que se rompieron no he cambiado de plato pequeño y piñón grande. Bueno, en realidad desde que se rompieron solo he subido a la bici unos diez minutos, esta mañana cuando por fin encontré el camino que llevaba a la pista. Y solo subí por la negra honrilla, porque era como para ir andando.
Nada, llevo de todo, hasta cables si hace falta. Desmonto las alforjas y le doy la vuelta a la bici, y en un rato empieza a funcionar todo más o menos decentemente. En ese momento veo algo por el rabillo del ojo y al mirar para arriba tengo seis o siete buitres dado vueltas sobre mí a poca altura. Buff, son bonitos -mucho, y a esa distancia más-, pero espero que no sea premonitorio de nada. Les hice alguna foto que resultaron ser borrones muy sugerentes. Definitivamente tengo que empezar a aprender a hacer fotos bien.
Mi idea original era salirme de la pista principal cuando el valle del Sorbe gira casi en 90 grados a poniente, vadearlo y subir hacia el norte hacia la zona de Galve, y de ahí a Cantalojas pasando por los restos del castillo de Diempures, que tiene fantasma y todo.
Vale, os lo cuento…
***** El castillo encantado de Diempures ***************
Un viejo castro celtíbero que tendrá muchos más de dos mil años –al menos lo que queda de él-, que fue destruido y reconstruido muchas veces, siempre con pizarra como todas las construcciones de la zona (o las murallas de Lugo). De los pocos castillos de pizarra que hay, aunque en una isla de Irlanda he visto alguno contra los vikingos (los llaman fuertes).
Fue luego árabe y después cristiano. Parece que era punto fronterizo importante desde antiguo, con su puente sobre el sorbe y todo, hoy desaparecido. Imagino que al estilo de los puestos de peaje de las autopistas de ahora.
A principios del siglo XIV lo regentaba Don Iván de Zúñiga, casado con una joven y noble vasca emparentada con el señor de Guadalajara, Isabel de Mendoza. Dieron en coger a su cargo por caridad a un pariente lejano de ella de su misma edad que acababa de quedarse huérfano, Alonso de Vargas (entonces era común quedarse huérfano de la noche a la mañana, fuera por pestes o motivos más propiamente humanos, como dagas o espadas).
Por entonces el rey de castilla Juan I creía tener derechos por matrimonio sobre el reino de Portugal y se disponía a reclamarlos, pero los portugueses, o mejor dicho, ciertos nobles portugueses (los campesino no tenían mucha voz en estas lides, igual de hideputa es el lobo que se come sus ovejas, sea blanco o negro) pidieron ayuda a la pérfida Albion y se sacaron un rey de la manga, también llamado Juan I, cosa que economizaba mucho los gritos de guerra. Sólo había que turnarse un bando con otro para ir gritando “por el rey Juan I” y todos contentos. Y te ahorrabas una ronquera, oye.
No se sabe bien lo que cobraron los ingleses, que no suelen actuar de gratis, posiblemente más o menos lo que se hubiera llevado el castellano de ganar, pero al menos los que pagaron tenían seguro el puesto de lobo. El caso es que don Iván murió en batalla –la de Aljubarrota-.
Cuando las nuevas llegaron al castillo, nuestro querido huérfano pensó, tal y como ahora se dice, que las crisis son momentos de oportunidad, y aprovechó para ir enseñoreándose del lugar, aprovechando un poco la depresión post-viudedad de doña Isabel. Y cuando fue dueño del domus el paso siguiente es la dómina. Isabel rechazaba sus afanes hasta que una rijosa noche Alonso entró en su alcoba reclamando sus derechos de señor. Nuestra heroína escapó subiendo a la torre. (Estúpido, sí. En su defensa hay que decir que el castillo era muy pequeño y las puertas se cerraban de noche). Una vez los dos arriba Isabel prefirió clavarse su puñal a perder su honra, (aunque malas lenguas aseguran que el puñal lo llevaba él y en ciertas circunstancias uno no sabe dónde pone las manos). La cosa es que la razón llegó al cerebro de Alonso que, horrorizado, trastabilló hacia atrás con tal torpeza que cayó desde la torre, pasó el acantilado y dejó sus sesos en las piedras del río sorbe. Lo encontraron al día siguiente medio devorado por los lobos, y desde entonces se oyen sus gritos de arrepentimiento ulular por las noches en las cercanías.
Bueno…, un buen guión, ¿no?. No necesitan a ningún Shakespeare – aquí lo llamamos Sexpir – en la sierra de Aillón.
Con el paso del tiempo las fronteras se desplazaron, los caminos cambiaron sus trayectos y el castillo fue quedándose en medio de ninguna parte, o al menos de ninguna transitada, y lo que queda de él es un gran portón con saeteras y los cimientos. Y el fantasma, claro… Bueno, y un montón de hoteles rurales que se llaman así.
******* fin del castillo encantado **************
Vale, que me disperso. Volvemos a la ruta.
Estábamos en que tenía que vadear el río, pero lleva demasiada agua y las rampas que veo al otro lado no ayudan, por lo que decido seguir la pista hacia el oeste y atravesar la sierra por el valle siguiendo la hoz del sorbe. Es una larga subida tendida hasta que llego a una especie de altozano o meseta donde, increíblemente, el camino es casi llano durante un tiempo. Además es precioso, tengo la impresión de pedalear por Suiza.
Hoz del sorbe. Impresionante
Me entra el hambre y paro a tomarme una barrita energética ibérica de Guijuelo
Subidita por la que llego a la meseta.
Estoy arriba del todo, a casi 1700 m, pero las cumbres de la pinilla al fondo hacen que parezca un valle. En realidad en vertical me separan los mismos metros al agua del río sorbe que he dejado a mi derecha que a la cumbre de esos picos.
Disfruto de la pista, rápida, lisa y llana, sonrío mientras pedaleo.
Desemboco en la famosa pista blanca de Cantalojas a Majaelrayo, y tiro para el norte. Bajo mucho, y me preocupo porque mañana tendré que volver por ahí. Me voy acercando a Cantalojas y me encuentro en lo alto de un puerto a unas preciosas cicloturistas extenuadas descansando un poco. Son las primeras personas que veo desde ayer en Valverde.
Saludos y risas.
Paro y como algo en Cantalojas, caro y bastante mejorable –supongo que me equivoqué de sitio-, pero sienta bien, y enfilo para el hayedo de Tejera Negra. Con la intención de dejar el equipaje y disfrutar ligero del parque natural, me detengo en el centro de interpretación, pero no hay nadie, por lo que aprieto los dientes y me pongo a subir con todo el equipo. El parque es precioso, la pega es que las hayas están apenas con brotes. Dentro de unas semanas tiene que ser maravilloso (y en otoño, claro). Disfruto como un enano, y cojo incluso un desvío que me lleva a hayedos más tupidos e igual de desnudos.
Salida de Cantalojas y entrada al hayedo de Tejera Negra
A la vuelta me encuentro con que el camping de Cantalojas está cerrado por reformas,- vaya por Dios, me apetecía una ducha-, así que enfilo la pista blanca de nuevo, ésta vez volviendo hacia el sur. Nos vamos de Cantalojas…
Tengo la hora encima, queda poco tiempo de luz, y llego al sitio donde encontré a las chicas ésta mañana. Veo allí una botella casi llena de agua de pie sobre una piedra (de ellas, claro, no pasa mucha gente por aquí). Es un milagro porque me acabo de dar cuenta de que he gastado muchísima más agua de lo que pensaba y tengo el camelback casi vacío, y me estaba planteando volver a Cantalojas a llenarlo -horror-. Lo tomo como una señal divina y me salgo de la pista y acampo. Risotto con setas, sorprendentemente bueno para ser de sobre. Ésta noche no hay jabalí. A medianoche tengo que salir a cumplir con natura y me quedo estupefacto ante la cantidad de estrellas. No puede haber más, no hay lugar donde no haya puntos blancos, es fascinante. Me quedo un rato mirando hasta que el frío me puede. Al levantarme por la mañana la tela de la tienda de campaña está crujiente por el hielo. Joder con mayo, y yo con un saco de hasta 10 grados. He dormido con toda la ropa de las alforjas puesta.
DÍA TRES
Al día siguiente sigo por la pista blanca. La pista ésta tiene su fama entre los ciclistas. Es de grava, blanquísima en algunos tramos. Tiene tres puertos fuertes, sobre todo el segundo y en invierno el hielo se camufla por su color, lo que unido a las roderas que va haciendo el agua con el tiempo y la piedra suelta hace que tenga la cosa su diversión.
El sol va descongelando la escarcha de la hierba al llenar las sombras y convierte las subidas en una sauna, pero antes de cada bajada me tengo que poner el forro polar (con aromas celtas) y guantes. Y gorro me pondría si hubiera traído, el aire hace que duela la cabeza de frío. ¡Que estamos en mayo, leches!. Llego a un área recreativa con idílico riachuelo y aprovecho para afeitarme y lavarme un poco. Incluso los bajos, que después de dos días de sudor y pedaleo lo agradecen lo indecible. Naturalmente, no dejé huellas de mi paso. Ni espuma. siquiera.
Una buena subida y una larga bajada más y me planto en Majaelrayo. Es curioso el nombre del pueblo, literalmente es «donde golpéa el rayo». Un buen segundo desayuno y charla local. Me gusta el ambiente de éstos pueblos.
Continúo ya por asfalto hasta Campillo de Ranas. Majaelrayo es más turístico, pero Campillo tiene más vida «nativa». E incluso pubs. Sigo luego a Roblelacasa, precioso, desde donde vuelvo al camino.
Y por fin llego a Roblelacasa, viejos recuerdos…
En Roblelacasa paro, como algo en un banco a la sombra y relleno el camello de agua. Los recuerdos vienen solos a mi mente sin llamarlos. De hace mucho tiempo…
Recuerdo llegar aquí hace 25 años, en autoestop, con una amiga. Allí termina la carretera y empieza el camino a Matallana, donde había preparada una gran fiesta de varios días, que era nuestro destino. Para entrar al pueblo entonces había que abrir una cancela para que no entraran las vacas, si no me equivoco. No pasaban – ni pasan- muchos coches, por lo que llegamos cansados y sedientos. Vimos un invitador portón abierto a un patio con el suelo de dentro lleno de chapas de botellines y algunas cajas de cervezas vacía y se nos iluminó la cara. Entramos y sólo estaba el camarero y un cliente y pedimos dos cervezas bien frías.
El camarero empezó a charlar con nosotros y nos puso dos cervezas más cuando terminamos, sin preguntarnos. Estaban los dos muy sonrientes y nosotros felices, pero había algo raro. Hasta la tercera cerveza no nos dimos cuenta de que estábamos en una casa particular, que no había bar en Roblelacasa y nos estaban tomando el pelo. Hubo muchas risas, nos invitaron a comer y nos acompañaron después por el camino a Matallana (con una buena provisión de cervezas en mochilas). Días más tarde, a la vuelta, dormí en la casa y el dueño me la estuvo enseñando. Todo el piso de arriba cubierto por el tejado de pizarra, era diáfano, sin tabiques, y tenía cochiqueras bajo el tejado, los cerdos estaban arriba antiguamente en invierno, mas los almacenes. Recuerdo una enorme viga de roble que bajaba al piso principal hasta un pedestal de pizarra. La viga no llegaba a tocar la piedra y podías pasar un papel entre la madera y el pedestal, salvo cuando se cargaba el desván en invierno, y entonces sí apoyaba la madera. Me quedé impresionado.
Creo que encontré la casa donde pasó, pero estaba cerrada y no estaba seguro, y no me atreví a llamar.
Así que cogí el camino a Matallana, 25 años después..
El principio del camino a Matallana es de piedra y difícil, como recordaba, pero luego lo han ensanchado enormemente hata el puente de Matallana y puede pasar un coche perfectamente
Por fin veo el puente sobre el jarama desde arriba. No lo cruzaré todavía, porque me quiero desviar a las cascadas del Aljibe. El puente está reconstruido, supongo que ensancharon la pista para que llegara la maquinaria necesaria.
Cascadas del aljibe. Mucha agua, da miedo bañarse, pero al menos meto los pies. El término «fría» no hace justicia a la temperatura del agua.
El camino a las cascadas es un poquito jodido, cuando no vas metido en barro tienes un cortado a un lado que cae directo al jarama
Bueno, ahora sí cruzaré el puente. Lo han arreglado a conciencia, parece que se está impulsando el senderismo por aquí.
Han hecho un puente nuevo (¡con barandilla!) sobre el viejo hecho de trillos, aunque han tenido el detalle de dejar el antiguo debajo. Se ve perfectamente dónde han añadido más capas de pizarra a las columnas. La ultima vez que lo crucé fue por el puente antiguo que aún está debajo. Una experiencia «interesante». Cuando veo éstos puentes me imagino los días empleados y las condiciones de trabajo de los vecinos apilando pizarra en dos altas columnas para hacer el puente. Otra pasta.
Desde el puente cojo la subida a Matallana. Se me hace más duro de lo que recordaba, y tengo que bajar de la bici algún tramo.
Paso por Matallana. Ya no conozco a nadie allí, claro. Hay jóvenes, hay huertos… hay cuatro gatos.
Una pena, conocí ésto con más de una docena de «okupantes», donde ayudé a hacer pan y a limpiar ajos, ordeñé cabras, y había fiestas… estoy mayor. Es increíble lo que cuesta reconstruir una casa y lo rápido que se desmorona cuando la abandonas. Al primer agujero en el tejado el agua va abriendo camino y en unos años sólo hay ruina. Recuerdo una ocasión que trajimos decenas de metros de manguera a la espalda cada uno para canalizar el agua desde un manantial al pueblo.
No quise preguntar a los chavales, no quería parecer el abuelo cebolleta. Pero me dio buena impresión, se lo curran y los huertos están trabajados. Tampoco hice fotos, no me gusta que me las hagan.
Me pierdo un poco y me voy por una pista equivocada. Es vergonzoso porque he pasado por aquí unas cuantas veces, pero bueno, es bonita.
Aquí debería haber una cancela. Pero nadie usa ya éstos muros
Retrocedo mis pasos y cojo -ésta vez sí- la pista buena. Emprendo camino a la Vereda, otro pueblo abandonado.
Después de subiditas y bajaditas llego a la Vereda
Cuando a mediados del siglo pasado se fueron abandonando todos éstos pueblos, el Instituto para la Conservación de la Nauraleza (ICONA) estaba en plena exaltación repoblatoria de pinos por toda nuestra geografía. Para evitar líos con derechos de sucesores, pastos comunales o dehesas boyares, la política de ICONA era expropiar los pueblos al completo una vez demostrado el abandono. Ocurrieron cosas horribles, como que el último vecino de un pueblo, manteniendo el derecho sobre los bienes de la villa, vendiera a una maderera todos los robles o encinas de la dehesa común antes de irse a Madrid o Guadalajara con un buen colchoncito económico.
Los primeros «progres» y hippies españoles que empezaron a ocupar pueblos años después se las tuvieron que ver con ICONA
En el caso de la Vereda un grupo de universitarios se asoció y lo compró a Icona. La diferencia con Matallana es que aquí son dueños, en Matallana son ocupas. Y que hay más pasta, claro. Y que sólo está habitado los fines de semana, mayormente.
La verdad es que el pueblo está de dulce, es precioso y parece de cuento. No ha cambiado apenas, si acaso a mejor.
Bueno, después de disfrutar del lugar y hablar y recordar lugares comunes con un habitante que encontré, me marcho hacia el pantano del Vado, una brutal bajada hasta el río, seguida de una igualmente brutal subida, claro. No hay palabra para «llano» en éstas tierras, aunque supongo que habrá muchas variedades locales para «cuesta» . La pista parece tener más zetas que la subida al stelvio, o eso me parece a mí que ya llevo tres días subiendo y bajando.
El caso es que al final de una rampa veo el pantano
Aún una subida más, y llego arriba. Ahora sólo tengo que descolgarme graciosamente por la pista hasta los muros de la presa intentando no pasar demasiado de los 30 km/h, que voy cargado y un volantazo es fatal.
Paso la presa por encima, ésto sigue pareciendo un lago suizo si no miras el hormigón.
Inundar un lugar al que llaman «el vado», un lugar donde se juntaban carros y recuas para cruzar un río, donde se creó un pueblo a partir de los puestos donde se refrigeraban los arrieros mientras guardaban turno, es como echar antrax en un hospital. Todos esos pueblos fueron abandonados cuando se cortó la comunicación natural con Tamajón. Aún hoy existe una pista llamada camino de los arrieros, que comunicaba ésta zona con el valle del Lozoya ya en Madrid, que daba vida a éstos pueblos. Ahora sólo la usan escursionistas y los jeep del seprona. Y encima tienen la indecencia de llamarla presa del Vado.
En fin…
El gps murió ya hace horas, así que se me ocurre preguntar a un lugareño y, naturalmente, me indica mal. Me equivoco y voy por una carreterita bordeando el lago hasta que veo que algo no va bien. Enciendo el móvil y hay cobertura, y veo el error.
Me doy la vuelta y sigo por otra carretera hasta el principio de la pista a Tamajón, la última pista y estaré en un bar con cerveza, ánimo.
Cuando llego al principio de la pista no es muy alentador, pero aprieto los dientes y empiezo a subir
Aquí aparece un fenómeno que me estuvo torturando toda la subida. Existe una especie de pequeñas moscas cuyo único objetivo en la vida es meterse en los para ellas enormes ojos de un mamífero. Primero aparece una, dos, y en segundos tienes una nube de mosquitas volando alrededor de tus ojos y metiéndose en ellos a la menor oportunidad. Supongo que debe ser algo religioso. Para pasar a la otra vida «más allá del ojo» deben convertirse en santa legaña, o algo así.
Me puse las gafas y se soluciona un poco lo de la creación instantánea de legañas, pero se posan todas las que pueden en el cristal mientras sus amigas siguen revoloteando. No puedes andar dando manotazos porque, además de no servir de nada, te desequilibra y puedes caer. Hay que apelar a tu yo más zen, «be water» paquito, relájate y sufre tus moscas en silencio.
Sin embargo en una parada observé que cuando te relajas y respiras normalmente, desaparecen. En seguida llegué a la asociación jadear = moscas. Deben tener algún sentido muy sensible al anhídrido carbónico de la respiración, las señales de su dios van precedidas de ese maravilloso aroma a CO2 y, siguiendo su rastro, llegarán al gran ojo de la salvación.
Pero es difícil no jadear subiendo éstas cuestas. Al final busco el compromiso y voy perfeccionando la técnica de ir a la menor velocidad posible, llego a poder equilibrar bien la bici a unos 4,5 km/h sin caer y usando la menor energía posible. La cosa da resultado, y en vez de una irritante nube tengo sólo seis o siete moscas en mis gafas, que es más soportable.
Es un poco tedioso, eso sí, pero a esas velocidades tan poco deportivas hay momentos en que me olvido de que estoy subiendo voy sumido en mis pensamientos, y a veces, de pronto, siento que la bici va sola y es que estoy bajando y no me he dado cuenta.
De todas formas la pista cambia a mejor:
y puedo empezar a ir mucho más rápido y sin expulsar tanto CO2
Hasta que llego al punto de inflexión y veo una bajada hasta Tamajón donde puedo olvidarme de moscas y dioses.
Justo al salir de la pista forestal, ya casi viendo Tamajón, rajo una alforja en un poste metálico. Menos mal que ha sido aquí y no antes, de todas formas.
Bueno, y ésto es todo. En Tamajón me bebí mi cervecita y me subí al coche y a casa.
Espero que la hayáis disfrutado